Una de las figuras más discutidas
de nuestra Historia patria es, indudablemente, el “Cuyano Alborotador”, tal
como lo apostrofó el historiador J.I García Hamilton.
A diferencia de Don José de San
Martín y Don Manuel Belgrano, Don Domingo Faustino Sarmiento sí se involucró en
las luchas intestinas en los albores de nuestra Nación, erigiéndose en el “portavoz”
del bando unitario u oligarquía porteña. Sobrados y fundados argumentos en
favor y en contra de tan apasionado personaje tornan imposible mantenerse
indiferentes ante su persona, acción y palabras. Pero como suele decir nuestro
actual Gran Maestre, Dr. Nicolás Breglia, la Nación argentina no se explica sin
su sistema de educación pública, y ésta tampoco sin la figura de Sarmiento.
El Gran Maestro de América honró
los cuadros de la Masonería Argentina, llegando a presidirla durante el período
1882/1885 (renunció en 1883).
La terquedad o porfía del
Sanjuanino no disminuía empero su capacidad intelectual. Poco antes de asumir
la Primera Magistratura de la República, función desde la cual desarrollaría
una de las gestiones más progresistas que registra nuestra Historia, convencido
de que debía entregarse sin reservas a la delicada labor que se le encomendaba,
decide alejarse de la Orden Masónica.
El 29 de septiembre de 1868 la
Masonería argentina lo agasaja con un banquete, en ocasión de su elección como
Presidente de la Nación. Fue esa la oportunidad para anunciar su alejamiento
–temporario-, de la Institución, a efectos de no ofrecer dudas respecto a su
compromiso con la Patria. Estimamos digno de recordar aquel discurso fraterno:
“Al manifestar mi profunda gratitud por el
sentimiento que nos reúne aquí hoy día, para darme pública muestra de
simpatías, me creo en el deber de expresar francamente mi respeto, mi adhesión
a los vínculos que nos reúnen a todos en nuestra sociedad de hermanos.
Llamado
por el voto de los pueblos a desempeñar la primera magistratura de una República,
que es por mayoría de culto católico, necesito tranquilizar a los
timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias
religiosas.
Si
la masonería ha sido instituida para destruir el culto católico, desde ahora
declaro que yo no soy masón.
Declaro,
además, que habiendo sido elevado a los más altos grados conjuntamente con mis
hermanos los generales Mitre y Urquiza, por el voto unánime del Consejo de
Venerables Hermanos, si tales designios se ocultan, aun a los más altos grados
de la masonería, esta es la ocasión de manifestar que, o hemos sido engañados
miserablemente, o no existen tales designios, ni tales propósitos. Y yo afirmo
solemnemente, que no existen, porque no han podido existir, porque los
desmiente la composición misma de esta grande y universal confraternidad.
Hay
millones de masones protestantes y si el designio de la institución fuera
atacar las creencias religiosas, esos millones de protestantes estarían
conspirando contra el protestantismo y a favor por tanto, del catolicismo, de
cuya comunidad están separados.
No
debo disimular que S.S. el Sumo Pontífice se ha pronunciado en contra de estas
sociedades. Con el debido respeto a las opiniones del Jefe de la Iglesia, debo
hacer ciertas salvedades que tranquilizarán los espíritus.
Hay
muchos puntos que no son de dogma, en que sin dejar de ser apostólicos romanos,
los pueblos y los gobiernos cristianos pueden diferir de opiniones con la Santa
Sede. Citaré algunos.
En
el famoso Syllabus, S.S. declaró que no reconocía como doctrina sana ni
principio legítimo, la soberanía popular.
Bien.
Si hemos de aceptar esta doctrina papal, nosotros pertenecemos de derecho a la
Corona de España.
Pero
tranquilizaos. Podemos ser cristianos y muy católicos, teniendo por base de
nuestro gobierno la soberanía popular.
El
Syllabus se declara abiertamente contra la libertad de conciencia y la libertad
del pensamiento humano.
Pero
el que redactó el Syllabus se guardaría muy bien de excomulgar de la comunidad
católica a las naciones cuyas instituciones están fundadas sobre la libertad
del pensamiento humano, por miedo de quedarse solo en el mundo con el Syllabus
en la mano.
Por
lo que a nosotros respecta, tenemos por fortuna el Patronato de las iglesias de
América que hace al Jefe de Estado tutor, curador y defensor de los cristianos
que están bajo el imperio de nuestras leyes, contra toda imposición que no esté
de acuerdo con nuestras instituciones fundamentales.
El
presidente de la República debe ser, por la Constitución, católico, apostólico,
romano, como el rey de Inglaterra debe ser protestante, católico, anglicano.
Este requisito impone a ambos gobiernos sostener el culto respectivo y proceder
lealmente para favorecerlo en todos sus legítimos objetos.
Este
será mi deber, y lo llenaré cumplidamente.
Un
hombre público no lleva al gobierno sus propias y privadas convicciones para
hacerlas ley y regla del Estado. Monsieur Guizot, ministro de un rey
católico, era protestante, adicto como el que más a su propia creencia, pero
fiel expresión de las leyes de una nación católica.
Mas
este deber no va hasta desfavorecer, contrariar, perseguir otras convicciones.
La
libertad de conciencia es no sólo declarada piedra angular de nuestra
Constitución,
sino que es una de las más grandes conquistas de la especie humana. Digo
más, la grande conquista por excelencia, pues de ella emana la emancipación del
pensamiento que ha sometido las leyes de la creación al dominio del hombre.
Hay
más todavía. El gobierno civil se ha instituido para asegurar el libre
desarrollo de las facultades humanas, para dar tiempo a que la razón pública se
desenvuelva y corrija sus errores a fin de que la utopía de hoy, sea la
realidad de mañana. Si por tanto, hay una minoría de la población, y digo
más, un solo hombre, que difiera honradamente y sinceramente del sentimiento de
la mayoría, el derecho lo protege, con tal que no pretenda violar las leyes,
sino modificarlas, modificando la opinión de los encargados constitucionalmente
de hacerlas, pues para ese fin, para la protección de su pensamiento se ha
construido el edificio de la Constitución; porque para él son las garantías
establecidas por esa Constitución.
La
reina Isabel de España prestando oído al visionario Colón, contra el sabio
parecer de la humanidad entera de entonces, mostró por accidente, lo que la
libertad del pensamiento ha repetido mil veces después, sin necesidad de
mendigar el favor de una reina. El siglo presente, merced a la libertad del
pensamiento, es un Colón colosal, múltiple, eterno, inmortal.
El
vapor, el cable submarino, el gobierno republicano transformando el mundo en
horas, porque años es ya mucho, son la obra de Colones que no llaman la
atención, porque son ya vulgares, plebeyos, el pan de cada día de nuestro
siglo.
Ya
que he nombrado el cable, que es la más maravillosa aplicación de la
electricidad, para poner en contacto a todas las naciones de la tierra, ¿qué
decir de esa otra electricidad moral que liga a la parte más selecta de la
humanidad, la masonería? Yo no he necesitado más en mis largos viajes que
apretar la mano a un desconocido, sea príncipe, pastor, obrero, soldado; y si
su corazón responde al contacto eléctrico, en el acto he visto iluminarse su
semblante, y transformarse en amigo el extranjero.
¿Habrá
de decirse, como algunos piensan, que esta asociación fue útil en la Edad
Media, para defenderse contra las tiranías y superflua hoy, que la libertad
garante todas las aspiraciones legítimas? Pero aún quedan dividiendo a los
hombres, la tiranía de las lenguas diversas que les impiden comunicarse, la tiranía
de las creencias diversas que los extrañan entre sí; la tiranía de las
nacionalidades que los agrupan en campos hostiles; la tiranía de las
opiniones y de los partidos que los hacen pueblos distintos en un mismo pueblo;
y mientras tanto, en Inglaterra o en Entre Ríos, a un protestante, o a un
cuákero, al francés o al italiano, al unitario o al federal, no se necesita más
que aventurar un apretón de manos, para hacerse comprender simpáticamente, si
no habla nuestra lengua; hacerse tolerar, si no creemos todo lo que él cree;
hacer al menos que no nos ahorque, si no somos del mismo partido. ¿Es mala una
institución semejante?
Y
veamos sus efectos en nuestra vida íntima.
¿Era
falso el dinero que los masones mandaron a Mendoza, en auxilio de los que
escaparon del temblor? Son ineficaces sus esfuerzos, sus caridades, para
remediar cuanta dolencia, cuanta miseria aflige a los desvalidos? ¿No merecen
ni gratitud, ni estimación estos socorros? Y sin embargo, el Evangelio ha
establecido expresamente lo contrario en la sublime parábola del Samaritano. El
Samaritano, si no era el protestante del judaísmo, convendrán nuestros
detractores, porque nosotros no lo aceptamos nunca, que los masones son los
Samaritanos del Evangelio, de quien por su caridad era, según la palabra de
Jesús, el prójimo la humanidad.
Estos
son los beneficios exteriores de la masonería.
Los
que ha producido moderando las pasiones, atenuando los odios civiles y
religiosos, son inmensos.
Ella
ha enseñado a ejercer la caridad que esta prescripta por el Divino Maestro,
pero limitada a función sacerdotal. La masonería en esto realizaba el espíritu
y el fundamento del cristianismo: “Amad al prójimo, como a ti mismo”.
Los
masones profesan el amor al prójimo, sin distinción de nacionalidad, de
creencias y de gobierno, y practican lo que profesan en toda ocasión y
lugar.
Hechas
estas manifestaciones, para que no se crea que disimulo mis creencias, tengo el
deber de anunciar a mis hermanos, que de hoy en adelante, me considero
desligado de toda práctica o sujeción a estas sociedades.
Llamado
a desempeñar altas funciones públicas, ningún motivo personal ha de
desviarme del cumplimiento de los deberes que me son impuestos; simple
ciudadano, volveré un día a ayudaros en vuestras filantrópicas tareas,
esperando desde ahora que por los beneficios hechos, habréis continuado
conquistando la estimación pública; y por vuestra abstención de tomar como
corporación parte de las cuestiones políticas o religiosas que concurrieren, logréis
disipar las preocupaciones de los que por no conocer vuestros estatutos, no os
consideran como el más firme apoyo de los buenos gobiernos, el más saludable
ejemplo de la práctica de las virtudes cristianas, y los más caritativos amigos
del que sufre.”.
Volvió Sarmiento a la Hermandad al
cabo de su presidencia, para ser distinguido con el mas alto cargo de la Orden
en Argentina, fue designado Gran Maestre. Nos hemos tomado la libertad de
subrayar algunos párrafos que estimamos de actualidad; pero no podemos asumir
el atrevimiento de observar o hacer mayores aportes a sus ilustradas palabras.
Como hemos reconocido al inicio, es
una figura controversial, pero, también, fundamental en la Historia de nuestra
querida Nación. Podemos señalar contradicciones en su vida y acción, podemos
acusarlo de muchos errores y/o defectos, pero fue un hombre apasionado, a quien
debemos entender en su pensamiento, carácter y contexto.
Rindiéndole el debido homenaje: “Gloria y Honor, honra sin par, para el
grande entre los grandes…Sarmiento inmortal”.
0 comentarios:
Publicar un comentario