1813 – 20 de
febrero – 2017
BATALLA DE SALTA
Manuel Belgrano
- Pío Tristán
Tras la
derrota de Huaqui, a orillas del Lago Titicaca, el 20 de junio de 1811,
Juan José Castelli es relevado de la Jefatura del Ejército del Norte por Manuel
Belgrano, quien recibe instrucciones precisas del Triunvirato de Buenos Aires
de retroceder con todas sus tropas hasta Córdoba. El 23 de agosto de 1812
inicia lo que dimos en llamar “Éxodo Jujeño”, táctica de tierra arrasada
-anticipándose a la que usará ese mismo año el Zar Nicolás I frente a la
invasión napoleónica-. A los vecinos de San Salvador de Jujuy se suman
tarijeños y salteños.
El 3 de
septiembre de 1812 la retaguardia del Ejército de Norte, al mando del mayor
general Eustoquio Díaz Vélez,
protegiendo la caravana de civiles que en carretas y de a pie transitaban hacia
Córdoba, se enfrentan a orillas del Río Piedras, en la actual Provincia
de Salta, a la vanguardia del Ejército realista, obteniendo una victoria que
levantaría la alicaída moral de los patriotas.
Llegados a
San Miguel de Tucumán, autoridades y Pueblo reclaman a Belgrano la defensa de
la Ciudad, ante la inminencia de la llegada del Ejército español al mando de
Juan Pío Tristán. Eustoquio Díaz Vélez, Juan Ramón González Balcarce y Manuel Dorrego habrían sido decisivos en la
desobediencia de Belgrano al Triunvirato. Bernardino Rivadavia lo increpaba
para que bajara hasta Córdoba: “Así lo ordena y manda este Gobierno por
última vez…..la falta de cumplimiento de ella le deberá a V.S. los mas graves
cargos de responsabilidad”. Belgrano respondió: “Algo es preciso aventurar y ésta
es la ocasión de hacerlo; voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso
desgraciado me encerraré en la plaza hasta concluir con honor.”.
La lucha se desarrolló en las afueras de
la Ciudad, en medio de un tremendo desorden,. Tras situaciones confusas, entre
las que no faltó la intervención de un enjambre de langostas que oscurecieron
por momentos la jornada, animando a los realistas a retirarse; Belgrano,
sin tener muy en claro la suerte de la Batalla –aunque varios de sus oficiales
aseguraban la victoria-, reordenó sus hueste
durante el resto de la tarde y ordenó la marcha hacia la ciudad.
Ya a últimas
horas de la tarde Pío Tristán se
dirige a la ciudad e intima la rendición a Díaz Vélez con la amenaza de
incendiarla. Éste le responde que, en tal caso, degollaría a los prisioneros,
entre los cuales figuran cuatro coroneles. Durante toda la noche permanece
Tristán junto a la ciudad, sin atreverse a cumplir su amenaza. El 25 por la
mañana el Jefe realista advierte que Belgrano, con alguna tropa, está a su
retaguardia. Su situación es comprometida. Belgrano le intima a rendición “en
nombre de la fraternidad americana”. Sin aceptarla y sin combatir, Tristán se
retira lentamente esa misma noche por el camino de Salta.
Vicente Fidel López llamó a Tucumán “la más criolla de cuantas batallas
se han dado en territorio argentino”. Faltó
prudencia, previsión, disciplina, orden y no se supieron aprovechar las
ventajas; pero en cambio hubo coraje, arrogancia, viveza, generosidad... y se
ganó.
Durante
cuatro meses Belgrano se dedicó a mejorar la disciplina de las tropas,
proporcionarles instrucción y reclutar suficientes efectivos como para duplicar
su número. El parque y artillería abandonados por Tristán le permitió
organizarse con mucha mayor soltura. A comienzos de enero emprendió su
vanguardia la marcha hacia Salta. El 13
de febrero, a orillas del río Pasaje,
el ejército prestó juramento de lealtad a la a la bandera albiceleste y a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en
Buenos Aires pocos días antes.
Entretanto,
Pío Tristán había aprovechado la ocasión para fortificar el Portezuelo, el
único acceso a la ciudad de Salta a través de la serranía desde el sudeste.
Pero el
capitán Apolinario Saravia,
natural de Salta, se ofreció a guiar el ejército patriota a través de una
angosta senda de altura que desembocaba en la Quebrada
de Chachapoyas. La lluvia, si bien dificultó, también amparó la marcha del
Ejército patriota que avanzó por un terreno áspero, cargando artillería y
pertrechos. El 18 de febrero de 1813 se apostaron en la Finca Castañares,
propiedad de los Saravia. El capitán Apolinario Saravia, disfrazado de indígena arriero, llevó una recua de mulas
cargadas de leña hasta la ciudad, y se informó de las posiciones tomadas por la
tropa de Tristán, para poder comunicárselas a Belgrano.
El día 19
Belgrano posiciona sus tropas en la pampa de Castañares. Advertido de ello, Pío
Tristán dispuso sus tropas para resistirlo; alineó una columna de fusileros sobre
la ladera del cerro San Bernardo, reforzó su flanco izquierdo, y organizó las
10 piezas de artillería con que contaba.
En la mañana del 20 Belgrano ordenó la marcha del
ejército en formación, disponiendo la infantería al centro, una columna de
caballería en cada flanco y una nutrida reserva al mando de Manuel Dorrego. El
primer choque fue favorable a los realistas, ya que el posicionamiento definido
por Pío Tristan posibilitó controlar los ataques al tiempo que rechazaban los
avances sobre el flanco derecho por la eficaz acción de los tiradores en el
cerro.
Belgrano entonces cambió su táctica. Movilizó la reserva
y ordenó a Martín Dorrego (que había reemplazado al segundo Jefe, Eustoquio
Díaz Velez, por una herida recibida) atacar vigorosamente. Al frente de la
caballería, condujo el propio Belgrano una avanzada sobre el cerco que rodeaba
la ciudad, con la
sorpresiva irrupción en el campo de batalla de las guerrillas gauchas
conducidas por doña Martina Silva de Gurruchaga. Atrapado
entre dos fuegos Pío Tristán replegó sus fuerzas al interior de la ciudad y se
dispuso a ofrecer una última resistencia en torno a la Plaza Mayor, pero no
pudo organizar a sus tropas, que se negaron a defender las trincheras y
corrieron a buscar refugio en la iglesia catedral. Finalmente, Tristán decidió
capitular.
Belgrano tenía la firme idea de ganar la voluntad de los
americanos que combatían en el bando español, por ello decidió no tomar prisioneros de guerra
a los soldados realistas, siempre que los mismos juraran no volver a levantar
las armas en contra de las Provincias Unidas del Río de la Plata –a algunos que
volverá a tomar prisioneros más adelante los colgará por perjuros-, y reclamó
que se entregaran los prisioneros patriotas que eran retenidos en el Alto Perú.
Como gesto de respeto y amistad hacia Pío Tristán, Belgrano no aceptó el sable
que éste le ofrecía, sino que lo abrazó; en un gesto que sería fuertemente
recordado por la historia.
Manuel Belgrano, nacido en Buenos Aires, y Juan Pío
Tristán en Arequipa, estudian ambos en la Universidad de Salamanca, donde
anudan una buena amistad. Tristán, de regreso a América, recala en Buenos
Aires, desempeñándose como
ayudante del virrey del Río de la
Plata, Pedro de Melo -desde 1795 a 1797-, cuando Belgrano
se desempeñaba como Secretario Perpetuo del Consulado de Comercio.
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