La xenofobia, temor o aversión exagerada al
extranjero, es un sentimiento extraño a la sociedad argentina; circunstancias
históricas y jurídicas así lo señalan.
Tras largas luchas intestinas, nuestra
Nación alcanza a acordar su Ley Suprema (nuestro Contrato Social), recién en
1853. El Preámbulo es la antorcha que da luz a todo el texto constitucional, e
ilumina de ese modo toda la normativa que da estructura política y jurídica al
Estado. Es en éste exordio donde los Constituyentes proclamaron al Mundo que nuestra
Nación es, ante todo, inclusiva, abierta a todos los hombres que
quieran habitar nuestro suelo argentino.
A tal punto esa concepción
progresista, que tras establecer en el art. 2º que “El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano” (concepto que no debemos confundir con el de
religión oficial del Estado, que nunca la tuvimos, mucho menos a partir de la
reforma de 1994 cuando se modifica el viejo art. 76 -hoy 89-, que reservaba los
cargos de Presidente y de Vicepresidente para un creyente de esa fe); en el
art. 14, al declarar los derechos fundamentales, reconoce el de profesar
libremente el culto de cada quien.
La consagración de éste derecho
fundamental está íntimamente ligada al interés en la inmigración y fue, según
los diarios de debate, uno de los mas intensos en la Asamblea Constituyente en
la Santa Fe de 1853. Se impuso el pensamiento de Juan Bautista Alberdi –entre
otros-. El ilustre tucumano, que ilumino aquel tiempo con sus “Bases”, expresó
en ésta su obra: “¿Queremos plantar y
aclimatar en América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad
del hombre europeo y de Estados Unidos?. Traigamos pedazos vivos de ella en las
costumbres de sus habitantes y radiquémoslas aquí.”. “… Si queréis familias que
formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. … El dilema
es fatal: o católica exclusivamente y despoblada; o poblada y próspera, y
tolerante en materia de religión. … Traerlos sin su culto, es traerlos sin el
agente que los hace ser lo que son; a que vivan sin religión, a que se hagan
ateos. … Sosteniendo esta doctrina no hago otra cosa que el elogio de una ley
de mi País que ha recibido que ha recibido la sanción de la experiencia. Desde
octubre de 1825 existe en Buenos Aires la libertad de cultos, pero es preciso
que esa concesión provincial se extienda a toda la República Argentina por su
Constitución…”.
Como Nación hemos sido siempre
abiertos, inclusivos; razonablemente, encontraremos “matices”, hechos o
situaciones ajenas o contrarias a ésta filosofía moral y política que supieron
definir nuestros prohombres; pero el odio al extranjero jamás ha sido característica
de los argentinos, muy por el contrario. Se estima que entre 1870 y 1930 ingresaron al territorio argentino
siete millones de extranjeros, principalmente europeos, que vinieron a trabajar
y enriquecer cultural y económicamente nuestro País. Posteriormente, entre 1950
y 1980 se verificó un fuerte flujo de inmigración regional, principalmente de
Naciones limítrofes, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú, Brasil, y Uruguay. ¿Acaso
nuestra principales ciudades no poseen asociaciones españolas, italianas, israelitas,
sirio libanesas?, ¿casas de paraguayos, uruguayos, bolivianos y tantas
colectividades mas?.
Monumento al Inmigrante
Ahora bien, respecto a la xenofobia,
¿que podríamos definir como masones?. Sin retroceder mucho en la historia, en
el Medioevo, se verifica el gremio de los constructores, estructura sobre la
que se erigirá la Masonería; aprendices, compañeros y maestros, conocedores de
las palabras de pases, se desplazaban por el Viejo Continente y por el Medio
Oriente afanados en la construcción de templos y castillos. A esa circunstancia
de libertad de tránsito se suma que en 1789, en ocasión de la Revolución
Francesa, la Masonería logra imponer para la Humanidad toda, los valores de
Libertad, Igualdad y Fraternidad. Para no abrumarnos en un examen exhaustivo,
recordemos sólo el art. 1º de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de aquel año: “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en
derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.”. Cabe pues preguntarnos ¿Cómo podríamos sostener y
fundar ideas o sentimientos xenófobos sin traicionar nuestra historia y
nuestras banderas?
En la actualidad resulta preocupante
un creciente rebrote de formaciones y de actitudes xenófobas. Los conflictos
interculturales raciales o religiosos, pero principalmente las crisis
económicas y las guerras provocadas por la angurria de multinacionales
petroleras o fabricantes y traficantes de armas, provocan grandes migraciones
que los mismos generadores no están dispuestos a atender en razón de su
irresponsabilidad social.
Como argentinos y como masones, no
sólo no podemos asumir pensamientos o sentimientos xenófobos, sino que por
convicciones debemos rechazarlos expresa y públicamente.
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